DESPATOLOGIZACIÓN TRANS
La transexualidad no es una enfermedad mental. Así lo reafirmó la OMS en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales en su Quinta Edición. Pero activistas trans exigen una Ley de Identidad de Género
El Salvador celebra la despatologización trans, pero exige Ley de Identidad de Género
Por Alessia Genovés / DIKÉ LGBT+
Fotografías por: Gabriela Corado / DIKÉ LGBT+
La conmemoración por la despatologización de la identidad trans en la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2018 es celebrada en El Salvador, pero con la advertencia de que “la inclusión del trastorno de disforia de género sigue patologizando a las personas trans”, según afirma el psicólogo Edgardo Cruz Torres.
“El obstáculo está más en la actitud de los profesionales que en las herramientas diagnósticas”, por lo que Torres aboga por “formar mejor a los profesionales salvadoreños para que tengan una actitud respetuosa hacia las realidades trans y no abusen del concepto de disforia de género”. Pero pese a los avances en el ámbito médico, en El Salvador persisten desafíos legales como la ausencia de una Ley de Identidad de Género, pese a que la Sala de lo Constitucional ordenó en la resolución al expediente “33-2016-195-2016” reformar la Ley del Nombre de la Persona Natural para garantizar el derecho a la identidad de género de la población trans, un cambio que el activismo local lleva décadas demandando para reducir la discriminación y violencia que sufren.
La transexualidad no es una enfermedad mental
La publicación en mayo de 2013 de la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) por parte de la American Psychiatric Association (APA) supuso un punto de inflexión en la consideración de la identidad transgénero dentro del campo de la salud mental. Pero estos cambios se hicieron patentes en la actualización de 2018, cuando sentando las bases para el diagnóstico de trastornos mentales, la transexualidad dejaba de ser clasificada como una patología, después de décadas de demandas en esa dirección por parte de colectivos LGTBIQ+.
Mientras que desde la tercera edición del DSM publicada en 1980, la transexualidad venía siendo clasificada como un trastorno o enfermedad mental bajo la categoría de “trastorno de identidad de género”. Así permaneció en el DSM-III-R (1987) y el DSM-IV (1994). Esta visión fue objeto de críticas y protestas por parte de colectivos LGTBIQ+, que consideraban que etiquetar la identidad transgénero como un desorden mental suponía un agravio moral y un obstáculo para que las personas trans accedieran a tratamientos hormonales o intervenciones quirúrgicas.
Si bien la transexualidad dejó de ser clasificada como un trastorno mental, su sustitución por el polémico diagnóstico de “disforia de género” está generando arduos debates entre profesionales de la salud, activistas y la propia comunidad trans. Hay consenso en que la eliminación de la categoría patologizante de “trastorno de identidad de género” ha sido un logro para despatologizar la condición transgénero.
Así lo celebran colectivos LGTB+ en numerosos países, que durante décadas habían denunciado que etiquetar su identidad de género como una enfermedad mental suponía un agravio comparativo y un obstáculo para recibir tratamientos hormonales y quirúrgicos. Sin embargo, la introducción paralela del diagnóstico de “disforia de género” está generando suspicacias entre algunos especialistas y organizaciones trans, que advierten del riesgo de seguir patologizando a las personas transgénero si no se aplica adecuadamente.
La polémica “Disforia de Género”
Según el psicólogo salvadoreño Edgardo Cruz Torres, entrevistado recientemente por éste medio, el problema no reside tanto en las herramientas diagnósticas en sí, sino en la actitud con la que los profesionales de la salud mental las utilicen: “hay el riesgo de que algunos profesionales usen erróneamente este nuevo diagnóstico para seguir patologizando la identidad de género trans, en lugar de garantizar el acceso a los tratamientos de reasignación sexual sin etiquetar a la persona como enferma mental”.
La disforia de género se define en el DSM-5 como la presencia durante al menos seis meses de una “marcada incongruencia entre el género que uno siente o expresa y el que se le asigna” que provoca malestar o deterioro en lo social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento. Se considera un trastorno mental, pero se puntualiza que “no implica un juicio de valor respecto a la identidad o expresión transgénero”. Es decir, se concibe como una posible respuesta al “distress” o malestar interno que puede acompañar la falta de aceptación social de la identidad trans, pero no la identidad en sí misma.
Sin embargo, para sus detractores, el solo hecho de definirlo como un “trastorno” refuerza la patologización y envía una señal contraproducente a los profesionales menos concienciados. Por ello, se reclama el reformular su categorización en próximas revisiones del manual. Por su parte, Torres, con amplia experiencia en sensibilización sobre diversidad sexual, considera clave “formar mejor a los profesionales salvadoreños para que tengan una actitud respetuosa hacia las realidades trans y no abusen del concepto de disforia de género con fines patologizantes”.
Activismo trans contra las etiquetas
El activismo trans salvadoreño celebra cada mes de octubre la “despatologización de la identidad de género” que supuso la publicación en 2018 de la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), al eliminar la categoría de “trastorno de identidad de género” que había patologizado las identidades transgénero desde el DSM-III de 1980.
Sin embargo, advierten que la inclusión del nuevo diagnóstico de “disforia de género” aún conlleva riesgos de patologización si los profesionales no tienen una actitud respetuosa hacia la diversidad. Pero más allá del ámbito médico, en El Salvador persisten vacíos legales que perpetúan la discriminación y violencia contra la población transgénero.
Pese a las más de 600 muertes violentas de personas LGBT documentadas en las últimas décadas por organizaciones como ASPIDH Arcoíris Trans, “apenas 7 casos han recibido justicia”, denuncian activistas. Frente a este panorama, demandan que se apruebe finalmente una Ley de Identidad de Género que llevan proponiendo desde hace años. La necesidad de legislar sobre identidad de género cobró fuerza cuando, en junio de 2022, la Sala de lo Constitucional ordenó en la resolución al expediente 33-2016-195-2016 reformar la Ley del Nombre de la Persona Natural (LNPN) para garantizar el derecho a la identidad de género de la población trans, en febrero de 2022.
“La Sala emitió ya una jurisprudencia al respecto que establece que el artículo 23 de la Ley del Nombre de la Persona Natural viola los derechos de las personas trans al no permitirles cambiarse el nombre conforme a su identidad de género. Precisamente por generar esta disconformidad con la misma persona, genera exclusión y discriminación quedan en evidencia en ciertos servicios públicos”, explicó Cruz Torres.
Pero el plazo para establecer las reformas era de apenas un año, y venció sin que se aprobara ninguna legislación al respecto. Este incumplimiento ha sido denunciado en las más recientes marchas, que reclaman una Ley de Identidad de Género que lleva casi una década y media siendo postergada.
Mientras persista el vacío legal, activistas advierten que la población trans seguirá enfrentando riesgos, obstáculos administrativos y potenciales casos de discriminación que atentan contra sus derechos humanos fundamentales.
A la fecha, menos de diez personas trans han conseguido formalizar los cambios necesarios para adecuar sus documentos de identidad conforme a su identidad de género; sin embargo, las garantías son limitadas y no contemplan los cambios pertinentes en el registro del sexo de la persona beneficiaria. Sin embargo, Torres es optimista: “Hay una resolución de sala. Entonces, hay. El paso está solo de darse”.